La envidia envenena

Se cuenta la historia de un águila que sentía envidia de otra águila que volaba mejor que ella. Cierto día, el águila vio a un cazador con arco y flecha, y le dijo: ¡Ojalá bajaras aquella ave que vuela allá arriba!

El cazador le dijo al águila: Si tuviera plumas para mi flecha, lo haría. El águila entonces sacó una pluma del ala, y se la entregó. El cazador tensó el arco y disparó una flecha hacia el águila que volaba arriba, pero no alcanzó al águila.


Necesito más plumas, le dijo al águila terrestre. Éste le entrego una y otra pluma, hasta que, desnudo de plumas en las alas, ya no podía volar. El cazador, aprovechándose de la situación, dio la vuelta y mató al águila, que no tenía forma de escapar.


Tan destructiva es la envidia, que aunque se dirige hacia los demás, a quienes destruye es a los que la sienten y la expresan.


En esta breve historia vemos que la intriga y las maquinaciones no son novedades de este siglo, ni son propiedad exclusiva de las telenovelas. Vemos que es la expresión de los sentimientos bajos de la humanidad.


¿Alguna vez has visto a alguien que se porta como un niño malcriado cuando no se le da lo que quiere? ¿Alguna vez lo has reconocido en tu propia vida? Si es así, debes de entender que:


I. La envidia nos quita el gozo y la paz


La envidia es como una inmensa mala hierba que, cuando se arraiga en nuestro corazón, desplaza a todos los sentimientos positivos. Cuando hay envidia, no puede haber gozo, no puede haber paz, no puede haber tranquilidad, no puede haber contentamiento. Sólo habrá frustración y desilusión.


Solemos pensar que la envidia y la codicia son sólo deseos por los bienes de otras personas, pero estos pecados pueden tomar muchas otras formas también. Si consideramos las actitudes de los líderes judíos ante el éxito de Jesucristo, podemos reconocer que la envidia también se presenta dentro de la iglesia.


Incluso dentro del círculo de quien preparaba el camino para Jesús se presentó este cáncer. En cierta ocasión, los discípulos de Juan el Bautista se le acercaron para avisarle de que los discípulos de Jesús estaban bautizando a más personas que él. Parece que los discípulos de Juan el Bautista lo veían como una competencia. Juan, en cambio, declaró: A él le toca crecer, y a mí, menguar (Juan 3:30 NVI).


Podemos, entonces, sentir envidia de los dones de otro. Podemos sentir envidia del nivel educativo, de su posición dentro de la sociedad, de su esposa, de sus hijos - en fin, de casi cualquier aspecto de la vida.


Sin embargo, cuando albergamos esos sentimientos en nuestro corazón, lo que realmente estamos diciendo es que Dios no ha sido justo con nosotros. Si sentimos envidia, es porque pensamos que nosotros nos merecemos lo que aquella persona posee. La envidia nace, en otras palabras, de una falta de gratitud hacia Dios.


Es interesante que, entre los Diez Mandamientos, el único que se dirige a las actitudes del corazón es el décimo, el que dice: No codiciarás. Los demás mandamientos tienen que ver con nuestras acciones, con cosas visibles.


II. La envidia nos aleja del camino de Dios


Cuando estamos viviendo bajo el control de la envidia, muchas veces los mensajeros de Dios nos parecen ingratos. Puede ser que nuestra envidia sea de ellos; o puede ser simplemente que nos hagan ver nuestros errores. De cualquier manera, cuando hemos permitido que la envidia y la codicia nos amarguen, la última persona a la que queremos ver es al que trae la Palabra de Dios.


La envidia en sí misma es un pecado. Como ya hemos dicho, refleja la falta de gratitud a Dios y la falta de sumisión a su voluntad. Sin embargo, la envidia casi siempre nos lleva a otros pecados también.


Puede ser que nos lleve a hacer un mal grave a la persona de quien sentimos envidia. Pero también puede llevarnos a chismear o difamar a esa persona. Puede llevarnos a oponernos a su ministerio, a criticarle o a dejar de mostrarle amor.


Conclusión


Un conocido predicador de antaño llenaba los templos con personas que venían a oírlo predicar, hasta que llegó otro predicador aun más conocido e ilustre. Aquel predicador confesó que, al principio, se llenó de envidia por el éxito del otro. Finalmente halló la solución. La única forma de conquistar mis sentimientos de envidia, dijo, es orar diariamente para que Dios bendiga al otro. Es lo que hago.


Hagamos lo que sea necesario para arrancar la envidia de nuestro corazón.


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Reflexión final


La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren.

Arthur Schopenhauer (1788-1860) Filósofo alemán.


La envidia es causada por ver a otro gozar de lo que deseamos; los celos, por ver a otro poseer lo que quisiéramos poseer nosotros.

Diógenes Laercio (S. III AC-?) Historiador griego.