Escrito por Aura Antillano.-
Hay muchas maneras pero una de las más efectivas es visitar la plaza, los templos y, quizá la más reveladora, el mercado. Así lo recomiendan las guías turísticas a la hora de jerarquizar los sitios que van a permitir construirnos una idea del pueblo que visitamos.
El de Upata no destaca ni por su limpieza ni por el orden, en cambio y a su favor, reina un caos de aromas, colores y sonidos, donde el rojo del tomate se mezcla con el turquesa de las lechugas, y donde las frutas desprenden un perfume que te persigue desde las pirámides de mangos, cambures, mandarinas y manzanas, las que más, mientras el reggaetón compite con la salsa brava, el merengue, la cumbia y los vallenatos.
Abierto desde las cuatro de la mañana, el mercado de Upata es a esa hora un hervidero de trabajadores que prueban el primer café del día mientras leen y discuten a gritos los titulares de la prensa regional y se alistan para abordar los autobuses que los llevaran a las empresas básicas de Guayana, en su gran mayoría; otros son obreros de la construcción, campesinos y las amas de casa que van llegando para comprar la carne fresca, la verdura, el casabe y las frutas que se amontonan por entre los estrechos pasillos que dejan los ventorrillos.
Ubicado en el inconsciente colectivo del upatense en algo así como el “corazón” de la ciudad, ocupa en su forma de rectángulo y ventanales de arco una cuadra entera en la que muchos sueñan a futuro convertida en una gran plaza con fuente iluminada que redibuje a la ciudad y le de un rostro más amable porque si bien el mercado tiene tradición ya se ha desbordado, y el concepto de mercado general ha sido superado por el de los mercados sectorizados.
Las cuatro caras de este mercado que funciona allí desde mediados del siglo pasado, miran a la calle Van Pragg, en su cara Norte; a la calle Concordia, en su cara Sur; la calle Miranda, hacia el Este; y la calle Ayacucho, que le queda al Oeste.
Vecino de la iglesia San José, y a tres cuadras de la plaza Bolívar, en el mercado de Upata el visitante podrá encontrar desde tabaco para mascar, maíz pilado con el que el upatense prepara sus arepas asadas, pescado fresco, ventas de mentol, quincalla, ropa, una gran variedad de pasteles, empanadas, sopas, comida china, y el habla de peruanos, chilenos, colombianos, guyaneses, al que deberá sumar el acento característico de la gente de los Andes venezolanos, el de los carupaneros y el de los guaros, por solo nombrar algunos.
La hora de “cierre” es las doce del mediodía pero esa hora es una formalidad porque el mercado continua abierto las 24 horas del día, los 365 días del año. Y es que en derredor de las instalaciones del mercado los pequeños comerciantes han convertido sus negocios ambulantes en residencias permanentes. Allí hacen vida, se turnan para cuidarlos, por eso no es extraño que a las diez de la noche usted pueda comprar un kilo de tomate.
Pero bueno, eso es más circunstancial que otra cosa. Lo sustantivo es que en el mercado de Upata respira lo que los sociólogos llaman el alma del pueblo, visitarlo es la mejor manera de conocer su gente, de aprehender sus sonidos, su habla, su gastronomía y su carácter.
De: upata.com
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